
No identificar el rostro con la persona conocida, ni incluso el suyo propio, es un duro trastorno que carece de tratamiento y que se estima afecta a un 2,5% de la población.
Reconocer emociones faciales pero no saber a quién corresponden forma parte de un extraño trastorno que se estima puede afectar a un 2,5% de la población. O dicho de otro modo, no son pocas las personas afectadas que ven los rostros, identifican emociones pero no reconocen a quién corresponde ese rostro, aun siendo familiares, amigos, personajes públicos incluso el suyo propio.
La prosopagnosia, así denominado este trastorno, procede del griego prosop, (rostro) y gnosis (conocimiento) y se podría considerar “la interrupción selectiva de la percepción de rostros, tanto del propio rostro como el de los demás, los que pueden ser vistos pero no reconocidos como los que son propios de determinadas personas” (Bodamer, 1947 en Lee, Duchaine, Wilson, &Nakayama, 2009).
Este término se acuño en 1947, posiblemente por Joachim Bodamer, y sirvió para designar el extraño caso de un paciente de 24 años que, como resultado de un balazo en la cabeza, que le afecto el área occipital del cerebro, perdió la capacidad para reconocerse a si mismo delante del espejo. Pero tal vez fue el neurólogo Oliver Sacks quien, a través de su obra “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, popularizó el término y aproximó a la conciencia social algunas de las inauditas aberraciones de la percepción, que descartado el retraso mental, no reducen las amplias capacidades científicas o artísticas de algunos de los pacientes, como las descritas en la obra, sobre veinte historiales clínicos de pacientes afectados por extrañas enfermedades neuronales.
Los complejos mecanismos mediante los que el cerebro descodifica la imagen y la coordina con información anterior para obtener un resultado que es la identificación o asociación de un rostro con una persona tiene grandes similitudes con procesos de reconocimiento de objetos (Benedet, 2002, p.143). Esto podría explicar la causa por la que un considerable número de pacientes afectados por prosopagnosia también presenta agnosia de objetos. Generalmente las expresiones emocionales transmitidas a través de la expresión facial se siguen reconociendo por lo cual el enfermo percibe el rostro pero no puede asociarlo a una información ya conocida por él, como es la identificación y correlación con el rostro
La prosopagnosia puede ser aperceptiva o asociativa en función de la alteración del proceso de reconocimiento. Es prosopagnosia aperceptiva cuando el paciente ve la cara como tal pero no puede hacer un análisis estructural de la misma y la visión de conjunto no le permite extraer información que le permita hacer la asociación de identidad ni familiaridad. Tiene capacidad para imaginar o soñar con caras de personas conocidas y allegadas pero al verlas no se produce la correlación con la huella de memoria. (Garrido, Duchaine, & Nakayama, 2008).
La Prosopagnosia asociativa (prosopamnesia), el paciente estructura correctamente la cara, identificando la raza, el sexo, la edad, incluso puede identificar a la misma persona en distintas escenas fotográficas pero no se produce el reconocimiento. Según Duchaine, et al. (2003) no es exactamente una amnesia puesto que están intactos los nodos de identidad y conserva la memoria semántica sobre las personas pero solo son activadas a través de vías como la voz, el nombre u otras vías distintas del reconocimiento facial.
Es necesario considerar la cara como un “estímulo omnipresente” (Olivares, 1997) del que provienen características vitales que participan en la construcción de la identidad personal. Así mismo, en el establecimiento de lazos afectivos vinculantes, inicialmente con la madre y posteriormente con el resto del entorno social inmediato, es determinante el reconocimiento facial. Entre las diversas hipótesis que explican la sensibilidad en el reconocimiento de los rostros por los seres humanos, cabe destacar la explicación evolutiva que ofrece Paul Ekman (1997) según el cual, el reconocimiento de terminadas emociones básicas permitía en épocas primitivas tomar decisiones de las que, en no pocas ocasiones, dependía la propia existencia. De esta manera, el ser humano fue creando mecanismos especializados en el reconocimiento de rostros como vía no solo de supervivencia sino también de adaptación. Los actuales estudios neurofisiológicos parecen acreditar la existencia de bases neuronales especializadas para el reconocimiento de rostros ( Duchaine & Yovel, 2008).
No podemos tomar decisiones ni utilizar correctamente aquello que no reconocemos a través de los sentidos. Los lóbulos occipitales y en su caso, una porción de los lóbulos temporales próximos a la zona occipital (zona occipitotemporal) son fundamentales, dentro de la organización cerebral, en la decodificación de imágenes y por lo tanto, en su reconocimiento, si bien, para algunos estímulos en particular se hace necesaria la participación de áreas específicas del córtex.
Para una mayor comprensión del trastorno, se hace necesario hacer una breve alusión al sistema perceptivo-gnóstico por ser este quien procesa la información con carácter sensorial, recibida del entorno y que ingresa en nuestro sistema cognitivo. La percepción de estímulos mediante órganos sensoriales inicia un proceso en el área cortical desde el que se canaliza a otros subsistemas en función de la naturaleza del estímulo, obteniendo de este modo una respuesta condicionada. Uno de esos subsistemas es quien procesa la información visual, reconociendo objetos, letras, personas y cualquier otro estímulo que afecte a los órganos de la vista. Entre los diversos modelos que explican el proceso de reconocimiento de rostros destacan el Modelo Funcional para el Procesamiento de Rostros (Bruce & Young) y el Modelo de Distribución Neuronal para la Percepción de Rostros (Haxby).
Por otro lado, en el desarrollo del trastorno es fundamental el aspecto relativo a la memoria de rostros. La memoria de caras es una compleja operación en la que intervienen diferentes áreas cerebrales. La interpretación de la imagen corresponde a la corteza visual occipital, la organización e identificación de rasgos se localiza en el área fronto-temporal, los recuerdos asociados a las personas que vemos en el hipocampo y los nombres de las personas a las que vemos en los polos temporales (Ballesteros, 1999). También intervienen emociones en el recuerdo de caras lo que facilita una mayor facilidad en la recuperación, incluso aspectos raciales, recordando con mas facilidad las caras de las personas de la misma raza. Las personas mayores de raza caucásica reconocerán en primer lugar las de su propia raza, siendo para ellos más difícil identificar las caras del norte de Europa y con mayor dificultad las de raza negra o asiáticos ( Zapata, 2008)
Según explica Grueter, et al., (2007), debido a la complejidad y la cantidad de procesos que interactúan en el reconocimiento de los rostros, la comunidad científica no puede ofrecer aún datos concluyentes respecto a los mecanismos cerebrales utilizados en el reconocimiento, lo que sin duda, dificulta sobre manera la búsqueda de soluciones que permitan avanzar hacia una solución total.
Las causas de este trastorno pueden ser diversas pero a pesar de que los estudios científicos aún muestran senderos que recorrer, se tiene la certeza de que existe la prosopagnosia congénita o evolutiva, es decir, aquella con la que nace el individuo, no estando definidas las causas y prosopagnosia adquirida que puede aparecer por lesiones traumáticas, infarto cerebral o enfermedades degenerativas, incluyendo el alzheimer, aunque también hay historias clínicas de pacientes afectados por la prosopagnosia como consecuencia de enfermedades infecciosas que afectan al sistema nervioso central (García y Cacho, 2004).
En cualquier caso, la persona que lo sufre tiene capacidad para ver a las personas pero no puede determinar quienes son a pesar de ser conocidas con anterioridad, con independencia del mayor o menor grado de relación, si la identificación se hace sobre fotografía o sobre personas presentes o incluso sobre si mismo mediante imágenes o espejos como ocurre en los casos más graves. Los enfermos no presentan déficits de atención, trastornos de psiquiátricos ni cognitivos o cuadros de afectación visual primaria que lo puedan explicar. Sin embargo, los pacientes pueden terminar aprendiendo a identificar a las personas a través de información sensorial recibida de estímulos auditivos, táctiles, olfativos u otra información visual como pudieran ser adornos, vestimentas o características destacables fisiológicas alejadas del rostro como cicatrices o muñones (Portellano, 2005)
Mientras la ciencia no llegue a conocer en profundidad los procesos que permiten a los individuos asociar los rostros que perciben con las personas a quienes corresponden, no se podrá alcanzar una solución a un grave trastorno que afecta a las relaciones de las personas. La prosopagnosia carece de tratamiento y suele conllevar asociadas patologías relacionadas con la necesidad del paciente de aislarse como la ansiedad, la depresión y otras enfermedades psicológicas que exigen ser tratadas por especialistas. Las estrategias encaminadas al reconocimiento de las personas evitan los rostros y se centran en aquellos aspectos que si pueden ser reconocibles para los enfermos con más facilidad como un gesto determinado u olor, una imagen visual ajena al rostro, generalmente acompañado de técnicas o incluso fármacos que les permitan sobrellevar las patologías anexas asociadas.
